En Fuerteventura encontramos tres variedas de trufas del desierto o criadas que son la Terfezia Boudieri, Terfezia Claveryi y la Terfezia Canariensis. Estos hongos que maduran bajo tierra se encuentra asociados a las raíces de unas plantas llamadas turmeros (Helianthemun canariensis). En las proximidades al turmero se forma el “regaño” que es un abultamiento que emerge del suelo y forma unas grietas sobre el terreno al madurar la criada, delatando de esta manera la presencia de este hongo hipogeo.
Las criadas crecen en suelos básicos, calizos, tanto en terrenos arcillosos del interior como en arenas costeras. Necesitan lluvias para poder desarrollarse, siendo especialmente beneficiosas las primeras lluvias del otoño en los meses de septiembre-octubre y las primeras lluvias de primavera.
René Vernaeu en el Siglo XIX, en su viaje por Fuerteventura, las menciona como flora autóctona de La Antigua y Valle de Santa Inés, y cuenta que se podían encontrar en las montañas de cenizas y toba volcánica.
“Allí se encuentran, en ciertas temporadas, trufas, en una cantidad tan grande que los habitantes se las comen como si fueran papas. Son blancas, un poco blandas, y no tienen el aroma de la fruta de Perigord, pero son muy agradables al gusto. (…) Esta trufa es abundante y se vende a bajo precio los mercados”.
Viera y Clavijo, en su Diccionario de Historia Natural
“se crían escondidas bajo la tierra en los parajes arenosos e incultos de Lanzarote y de El Hierro, y de que se hace uso en las cocinas para los guisados (…) sustancia pulposa, fungosa, recia, redonda, negruzca por fuera, blanquizca y jaspeada por dentro, falta de raíces y de tallos, áspera y erizada en su superficie, venosa, de buen sabor y olor grato”.
Podemos decir que la trufa del desierto tiene un gran valor agronómico con un alto interés comercial y es representativa de la identidad gastronómica en las Islas Orientales.
Este alto valor económico, puede ser un potenciador del sector primario en Fuerteventura ya en 2009 Leandro Castañeyra-Ruiz en su tesis, estudia la forma más productiva para que esta trufa se pueda, en cierta manera, “cultivar”.
“Este trabajo lo que plantea, es la obtención de estas trufas de manera sistemática, mediante su cultivo, asegurándose así una producción anual suficiente para una posible comercialización y, por otro lado, una mejora en la producción natural mediante “silvicultura turmera” en el ecosistema para aumentar la sostenibilidad del recurso “trufa” en la isla.”
Gastronómicamente estas “trufas del desierto” no tienen nada que ver con una Tuber melanosporum y su utilización en la cocina es totalmente distinta. Mientras las trufas verdaderas se utilizan para aromatizar los platos, las “trufas del desierto” no tienen ningún aroma y se comen como cualquier otro hongo. Su sabor es suave y agradable, parecido a la avellana. Contienen cantidades importantes de proteínas y antioxidantes.
La criada, al carecer de raíces como el tubérculo, recibe el alimento por un pequeño cordón umbilical que sintetiza en una pulpa entre rosada y blancuzca en nódulos interiores de un granulado más claro, parecido a los testículos o criadillas de animal (carnero macho, toro). De ahí su nombre de criadilla de tierra.
Suele tener el tamaño de 4 a 5 centímetros de diámetro, de forma irregular según la dureza del terreno, pero es más ligera que la papa. También se da en los jables de Jandía, pero estas son desagradables al masticar, ya que mantienen partículas de arena en su interior.
Curiosidad:
En Canarias la confusión entre criadas (Terfezia) y nacidas (Rhizopogon) viene de antaño pues los dos son hongos hipogeos.